viernes, 14 de septiembre de 2012

"El hallazgo (El año de Dido I)"

Título: El hallazgo (El año de Dido I) Autor: Steinger
Fuente: Mazmorra Categoría: Femdom

[...] Erika pidió la cuenta y se negó en redondo a que yo pagara, ni tan siquiera consintió en que fuéramos a medias.

- A la cena estás invitado. – dijo una vez le devolvieron el cambio. – Si te sientes en deuda y te crees obligado a compensarme, no te preocupes. Te daré la oportunidad de hacerlo. ¿Nos vamos?

Salimos del local sin más dilación y nos dirigimos al aparcamiento. Erika había venido en taxi así que iríamos en mi coche. La noche era cálida, pero sin llegar a ser sofocante, por lo que daba gusto estar en la calle y, mientras caminábamos en dirección a la plaza de aparcamiento donde estaba estacionado, me quedé absorto contemplando el modo de andar, seguro y decidido, de mi hermosa acompañante, así como el sonido con que sus tacones delataban cada uno de los pasos que daba sobre el asfalto. Nos montamos en el coche y, tras tomar la carretera, comencé a conducir siguiendo las indicaciones que ella me daba. Dejamos atrás la ciudad y discurrimos por una calzada muy poco transitada, donde la ausencia de farolas hacía que la oscuridad fuera prácticamente total. Al poco tiempo de tomar aquel camino, ella comenzó a tocarme la ingle por encima de la ropa y, de inmediato, comencé a empalmarme de nuevo.

- Qué agradecida es. – exclamó mientras me desabotonaba los pantalones.

Empezó a estrujármela con firmeza provocando que se pusiera cada vez más dura y aumentando mi grado de excitación a niveles insospechados. Hasta tal punto, que por un momento creí que iba a perder el control del coche.

- Basta por el momento. – dijo afortunadamente mientras retiraba su mano. – Ya estamos llegando. En la próxima tuerce a la derecha.

Enfilé por un camino estrecho que conducía hasta una finca delimitada por una tapia y nos detuvimos frente a un portón de color negro. Ella sacó del bolso un pequeño mando a distancia y, tras apuntar con él hacia la entrada, hizo que el pórtico comenzara a deslizarse hacía un lateral. Una vez franqueado el acceso, continuamos hasta la casa que estaba situada, más ó menos, en el centro de una amplia zona ajardinada. Diseñada con una curiosa mezcla de estilos; a caballo entre el rústico y el atrevido toque postmoderno de mediados de los sesenta; estaba construida sobre altozano y contaba con unas inmejorables vistas de la ciudad. Frente a la fachada principal se extendía una amplia zona de aparcamiento y, a continuación, el terreno descendía en una ligera pendiente al final de la cual podían apreciarse los ondulantes reflejos generados por el agua de una piscina.

No tuve oportunidad de distinguir mucho más. Mi bella acompañante volvió a hacer uso de aquel mando y dejamos el coche aparcado dentro del garaje.

- Bueno, esta es mi morada. – dijo en cuanto nos apeamos. - ¿Quieres que te la enseñe?

- Será un placer. – respondí. El edificio era de dos plantas y en la parte de abajo estaban; además del garaje; una moderna cocina, un cuarto de baño, un pequeño - aunque bien equipado - gimnasio, un trastero y un amplísimo salón. Llegados a este último, me dijo que le apetecía tomarse una copa y me preguntó si quería acompañarla. Acepté con sumo gusto y, después de que ella las hubo preparado, nos sentamos en un sofá donde me contó un poco la historia de la casa y de cómo la había adaptado a sus gustos. Dedicamos algún tiempo a degustar nuestras bebidas mientras manteníamos una de esas intrascendentes aunque animadas charlas que surgen en un ambiente distendido pero, llegados a un punto, mi anfitriona pasó a ocuparse de otras cuestiones.

- Creo que ya va siendo hora de que te enseñe los dormitorios. – manifestó de un modo un tanto abrupto.

Subimos al piso de arriba que estaba distribuido en tres habitaciones bastante amplias. Cuando le tocó el turno a la que ella ocupaba, se recostó sobre la cama y me dijo:

- Ahora quiero que seas tú el que me enseñe algo. ¿Tienes algo que pueda interesarme?

- Solo lo que estás viendo. – respondí conocedor de a donde quería ir a parar.

- En ese caso, desnúdate.

Ella me estuvo observando desde la cama mientras yo iba quitándome la ropa del modo más sugerente de que fui capaz. Cuando hube terminado, se levantó y se quedó contemplándome desde cierta distancia.

- Me gusta lo que tienes para mostrar. – dijo adoptando una pose autoritaria, con las piernas completamente estiradas y los brazos en jarra. – Ahora date la vuelta. Quiero ver si llevas puesto mi regalo.

Me giré y noté como ella se me acercaba. Sentí como sus dedos me acariciaban la espalda y las nalgas y, después, como se deslizaban entre mis glúteos para buscar la parte del cordón que unía las bolas que había quedado en el exterior.

- Muy bien. – asintió. – Ahora, separa un poco las piernas y lleva los brazos a la espalda, como hacen los militares cuando están en descanso.

Así lo hice y ella comenzó a dar vueltas a mí alrededor, como si me estuviera sometiendo a una inspección, lentamente, deteniéndose de vez en cuando para mirarme de arriba a abajo.

Pero entonces sucedió algo que yo no tenía previsto. En una de las ocasiones en que ella estaba a mis espaldas, con un hábil y rápido movimiento, me esposó ambas manos dejándome totalmente a su merced.

- ¿¡Qué estás haciendo!? – pregunté alarmado.

- Solo estoy jugando un poco. – respondió.

- Y, ¿qué clase de juego es ese?

- No te angusties. Solo pretendo disciplinarte un poco. ¿No has practicado nunca juegos de sumisión? – inquirió con naturalidad.

- No, nunca. No me seduce la idea de que me den patadas ni cosas por el estilo.

- Me parece que tienes una visión un poco equivocada del asunto. – me corrigió mientras se me acercaba por detrás y unía su cuerpo con el mío. – Es solo una manera de aumentar el placer enfocando el sexo de un modo distinto. A nadie se le obliga a hacer algo que no quiera y, por supuesto, no se trata de torturar o lesionar a alguien en el sentido estricto de la palabra. Tan solo es una representación, un simulacro en el que cada uno adopta un papel.

Mientras me decía estas palabras, comenzó a menearme la polla muy suavemente  cogiéndomela desde atrás. Enseguida se me empinó y noté como una extraña sensación recorría todo mi cuerpo. Era una especie de mezcla entre impotencia, lujuria, incertidumbre y deseo.

- No irás a decirme que no te gusta, – me dijo mientras apretaba sus pechos contra mí espalda. – pues lo que tengo entre mis dedos me está diciendo lo contrario. ¿En serio que nunca has sentido curiosidad?

Lo cierto era que, en muchas ocasiones, había concebido fantasías de ese tipo pero, en ningún momento me había planteado seriamente llevarlas a la práctica. Siempre había pensado que resultaba muy delicado proponer a mis parejas la posibilidad de explorar alternativas al sexo convencional, por así decirlo, y no había querido correr el riesgo de que me tildaran de obseso o pervertido. Aunque, en aquel momento, me estaba dando cuenta de que resultaba muy diferente cuando era una mujer la que lo proponía.

- Bueno. – respondí al fin. –Puede que alguna vez haya tenido algún sueño extraño, como todo el mundo pero, de ahí a llevarlo a la práctica…

- Pero si estás lubricando. – dijo ella mientras pasaba el pulgar por el extremo de mi glande. – No seas embustero.

Lo que decía era cierto. Yo ya había notado que mi órgano sexual había comenzado a segregar ese fluido pegajoso y transparente, similar a la baba de caracol, que aparece cuando el grado de excitación es muy alto. Por lo tanto, resultaba completamente inútil que tratara de aparentar que aquella situación me disgustaba. Por si esto fuera poco para acabar de convencerme a ceder a aquella tentación, Erika se puso en la piel de ese pequeño diablillo que se aparece de repente a nuestro lado, incitándonos a que nos dejemos llevar por nuestros instintos.

- Si quieres, te quitaré las esposas ahora mismo y follaremos hasta quedar exhaustos pero, ten en cuenta, que estarías haciendo lo mismo de siempre con una persona distinta. En cambio, yo te ofrezco descubrir otro modo de disfrutar de tú cuerpo y, te aseguro que para mí, será un verdadero placer iniciarte en esta nueva experiencia. Como ves, la elección es solo tuya. Yo no voy a obligarte ha hacer nada que no quieras. ¿Qué me dices?

Durante un instante estuve sopesando los pros y contras de acceder a tan poco habitual desafío. He de admitir que estaba más cachondo de lo que nunca hubiera podido imaginar y la perspectiva de poder continuar manteniéndome en aquel estado me resultaba cada vez más tentadora. Por otro lado, Erika me estaba dando la oportunidad de descubrir una nueva forma de placer y, si la rechazaba, tal vez no volvería a presentárseme una ocasión como aquella. Si realmente deseaba probarlo, aquel era el momento.

Acepto. – contesté en cuanto hube tomado una decisión. – Me pongo en tus manos.

- Muy bien. A partir de este momento considérate mí esclavo. – dijo ella con aire triunfal.- ¡Así que ponte de rodillas, cerdo!

Aquella fue la primera orden que me dio y el inicio de mi adiestramiento como sumiso. Que tipo de pruebas tendría pensadas para mí, que enseñanzas iba a inculcarme o que correctivos me aplicaría cuando la decepcionara o la desobedeciera, estaban aún por descubrir.

En cuanto hube acatado sus deseos, mi nueva Ama se colocó frente a mí y puso uno de sus pies sobre mis geniales.

- Te explicaré un poco como funciona esto. – dijo mientras la suela de su zapato presionaba ligeramente mis huevos. – No deberás hablar a no ser que yo te pregunte. Y, en ese caso, deberás responder con un “sí, mi señora” o un “no, mi señora” a las cuestiones que te formule. ¿Lo has entendido?

- Sí, mi señora. – respondí lo más humildemente que pude.

- Bien. – concedió mientras retiraba el pie de mis partes pudendas. Dio la vuelta por detrás de mí y, por un momento, desapareció de mi vista. Oí como abría un cajón y, a continuación, un nítido tintineo acompañado por el <> de sus tacones acercándose.

- También tengo que hablarte de la palabra de seguridad. – continuó mientras me colocaba un collar de perro alrededor del cuello y lo sujetaba después con una correa. – Si en algún momento te ves incapaz de continuar, por el motivo que sea, tan solo tendrás que pronunciar el nombre de “Víctor” y yo me detendré inmediatamente. Hizo una pausa y, tirando con fuerza de la correa, llevó mi cabeza hacia atrás antes de añadir, colocando su cara frente a la mía:

- Pero a eso solo recurren los esclavos más inútiles. Y, aunque das la impresión ser una putilla bastante enclenque, no creo que llegues a decepcionarme hasta ese punto.

Cuando la oí decir aquellas últimas palabras, me lo tomé como un desafío. Un reto personal que se unía a toda la amalgama de sensaciones, a menudo contradictorias, que me embargaban de pies a cabeza. Si yo recurría a aquella palabra, sería como si ella hubiera ganado el juego al haber superado mi resistencia. Y, aunque todo aquello era nuevo para mí, tenía la intención de no permitir que eso ocurriera.

- Muy bien, bastardo. ¡En pie! – ordenó tirando de la correa hacia arriba. – Aún no has hecho nada para ganarte el privilegio de estar en mi dormitorio, así que voy a llevarte a un lugar mucho más apropiado para una zorrita como tú.

Me sacó de la habitación y me condujo por el pasillo hasta una puerta que estaba situada al fondo y que no había abierto cuando me estuvo enseñando la casa. Antes no me había fijado pero, aquella puerta en cuestión, tenía una cerradura. Ella la abrió con la llave y me llevó a través de unas escaleras estrechas, hasta una especie de desván. La estancia estaba completamente a oscuras, si exceptuamos la luz que llegaba del piso de abajo por el hueco de la escalera. Pero me hubiera dado igual por que una vez arriba, mi Ama me colocó una especie de casquete de piel que me cubría toda la cabeza hasta la altura de la nariz. A continuación, volvió a tirar de la correa y me hizo avanzar a ciegas unos pasos.

- Quieto ahí. No te muevas, puerco. – me exigió de súbito.

Se puso detrás de mí y me separó ligeramente las piernas empujándolas con sus pies. Después, tiró de mis manos hacía arriba y enganchó las esposas a una cuerda o cadena que debía de estar sujeta al techo y que me obligaba a mantener mis brazos hacia atrás. Por último, cogió la correa que estaba unida al colar de mí cuello y la fijó de algún modo en algún punto del suelo.

- Ahora, esperarás aquí como una perrita obediente mientras yo voy a cambiarme. ¿Ha quedado claro?

- Sí. – respondí de forma automática.

- Sí, ¿qué? – interrogó  dándome un tirón de huevos tan fuerte que me hizo sentir escalofríos.

- Sí…, sí, mi señora. – me corregí con prontitud.

- Que no se vuelva a repetir, guarra, o tendré que enfadarme de verdad. Después oí como se alejaba, bajaba las escaleras y cerraba la puerta con llave, tras lo cual vino el silencio y la oscuridad.

La postura en la que me había dejado resultaba muy incómoda, además de humillante, ya que no podía realizar ningún movimiento sin que alguna parte de mi cuerpo se tensara a causa de las ataduras. No sabía por cuanto tiempo iban a aguantar mis piernas el peso de mi tronco inclinado hacía adelante sin flexionarse y temía no ser capaz de soportarlo por mucho rato.

Durante ese tiempo que permanecí solo; que no fue poco; tomé conciencia de mi recién estrenada condición y de cómo debía esforzarme en complacer a mí Ama si no quería ser el objeto de su ira. La excitación que me invadía iba en aumento a cada momento que pasaba y, si mi señora hubiera tardado un poco más en regresar, creo que me habría dado un ataque.

Escuche el sonido de la puerta al abrirse y sentí un gran alivio que enseguida fue sustituido  por la expectación ante las nuevas pruebas que me esperaban. Oí como sus tacones se desplazaban por la habitación de un sitio a otro sin apenas atreverme a respirar y, tras unos momentos de suspense, se acercó a mí y confirmó su presencia dándome un sonoro cachete en las nalgas.

- Bien, esclavo. – dijo mientras me pellizcaba los pezones. – Yo ya estoy lista. Ahora es tú turno, voy a ponerte el que será tú uniforme de esta noche. [...]

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