viernes, 31 de agosto de 2012

Antes de que llegue a casa...

- Sinceramente Whizzer, si tú dices que tu trasero está demasiado dolorido para zurrarle entonces tendré que pegarte en otra parte. Bien, la próxima vez que yo diga que quiero todos los platos lavados antes de que llegue a casa, deberías asegurarte de que están lavados.
- Oh! esto me recuerda que he invitado a algunas de las chicas de la oficina a cenar esta noche. Asegúrate de llevar puesto tu nuevo uniforme de mucama.
- Ungh. Sí, cariño!

miércoles, 29 de agosto de 2012

¿Te gustan mis juegos?

Tengo un juego para ti...
Voy a provocarte hasta que se te ponga dura...
Luego empezaré a hacerte cosquillas y no pararé hasta que dejes de estar empalmado :)
Cuando esté blandita de nuevo, volveré a provocarte y haré que se ponga dura como una roca...
y entonces...
......¡cosquillas!
Cuando esté blandita...
Provocarte ...
Y todo esto una... y otra...
y otra ........
.......... y otra... ..... y otra vez
En algún momento empezarás a llorar ... Entonces...
te vendaré los ojos y... seguiremos jugando.

Mi programa favorito de la tele empieza dentro de dos horas... Así que tengo algo de tiempo para ti...
¿Te gustan mis juegos?

martes, 28 de agosto de 2012

"Cazado (II)"

Título: Cazado (II) Autor: Dr. Masoch
Fuente: Todorelatos.com Categoría: Dominación


Pasé una noche terrible: si bien el colchón era confortable, apenas podía moverme. Las esposas fueron puestas muy apretadas por mi captora, y tenía un dolor terrible en las muñecas y hombros. No podía gritar por la singular mordaza que, además, todavía despedía un olor penetrante. La parte de la bombacha que salía de mi boca, Silvia la había dejado hacia mi nariz, lo que calentaba y enrarecía el escaso aire que atravesaba las gruesas medias que encerraban mi cabeza.

Varias veces sentí que estaba por ahogarme. Por momentos me encontraba excitado: tenía el olor de mi ama omnipresente, y eso me ponía a mil. Así fueron pasando lentamente las horas, dormitando en forma intermitente. En determinado momento noté un ligero resplandor, que fue haciéndose más intenso con el correr del día. Comenzaba a desesperarme. ¿Qué le había pasado a Silvia? ¿Por qué no venía? Mil pensamientos cruzaron mi mente ¿Y si me abandonaba? Pero no. De pronto sentí cómo una llave giraba en la cerradura y entre la malla de la media que me cubría la ví. Vestía un camisón blanco y pantuflas del mismo color. Tenía el pelo desarreglado, como si recién se hubiera levantado.

- Buen día –dijo. ¿Qué tal la pasó mi pajarita?

Y acto seguido me quitó las medias de la cara. Una bocanada de aire fresco me revivió.

- ¿Puedo sacarte la mordaza sin temor de escucharte gritar?

Asentí con la cabeza. Quitó la venda que mantenía la bombacha sucia dentro de mi boca y luego la sacó. Entonces le agradecí en forma tímida.

- Bueno, ahora vamos a ponerte un poco más cómodo.

Aflojó la cadena que sujetaba mi cuello y desató mis pies de la cama, aunque los dejó unidos entre sí.

Hasta que pueda confiar nuevamente. –Dijo sonriendo.

Pude notar que tenía algunos magullones en la cara, producto de la patada que le había propinado el día anterior. Me ayudó a incorporarme. Quedé sentado en la cama, con las piernas colgando. Seguía teniendo mi cuello unido a la cama por el collar de ahorque y una cadena cerrada con candado, por lo que todo intento de resistencia terminaría muy mal. Después de todo, aún poniéndola fuera de combate, en esa situación, bastaba con que se fuera para que quedara sólo y quién sabe si alguna vez alguien me encontraría vivo... Además, de a poco iba dándome cuenta de lo ambiguo de mis sentimientos: por momentos me gustaba estar allí, por momentos pensaba en escapar... El tiempo decidiría sobre mi futuro, como veremos más adelante.

Dio media vuelta y se dirigió al pequeño baño contiguo. Con una toalla húmeda limpió mi cara. Acto seguido, me tomó la cabeza y dio un hermoso y profundo beso de lengua.

Ahora vamos a desayunar, pero lo haremos aquí, hasta que tengamos tu equipo completo –dijo. Y se fue.

Pude sentir un agradable olor a pan tostado mientras esperaba. Entró con una bandeja con un tazón, una cafetera grande y una jarra de leche, además de una pila de tostadas. Había una mantequera de plata y un pote conteniendo una mermelada.

Muchas gracias. Y perdóname por el golpe de ayer. Te pido que me entiendas. –dije.

Te entiendo, bebe. Perdiste por un lado, pero con el tiempo te darás cuenta de cuanto ganaste. Igual voy a castigarte más tarde nuevamente –y besó profundamente mi boca.

Ahora vamos a tomar nuestro desayuno -. Sirvió un apetitoso café con leche. Con firmeza, dijo:

Vas a tragar todo lo que te de. Supongo que no querrás enojarme nuevamente ¿no?.

Tomó unos sorbos ella, hasta que se acercó y tomando con ambas manos mi cabeza, hizo que mi boca y la suya quedaran pegadas. Acto seguido, fue soltando el líquido desde su boca a la mía. Tragué todo. Y estaba muy rico, debo admitir. Lo mismo hizo con seis tostadas, que fue masticando para ella y para mí. Así fuimos compartiendo nuestro primer desayuno, como una pareja normal. Ya me sentía mejor. Aunque me dolían las manos y los hombros.

Por favor, ¿podrías quitarme las esposas, o aunque sea aflojarlas un poco?

Dudó.

- Bueno, pero ojito. Encadenó mis pies a la cama, acortó un poco la cadena del cuello, para que no pudiera incorporarme, por lo que quedé nuevamente acostado de flanco, y me quitó las esposas. Estiré los brazos y se lo agradecí.

Cuando terminamos nuestro peculiar desayuno y así como estaba, esposó mis manos a la cabecera de la cama y me dijo que tendríamos un poco de sexo. Levantó la pollera de mi vestido y las enaguas, soltó los candados de la parte de debajo del body y bajó las medias y la bombacha. Se quitó la bombacha y las pantis que llevaba, se sentó sobre mi cara, con su ano sobre la nariz. Yo comencé a chuparla. Luego ella bajó y me practicó la mejor felación que había tenido. Así, haciendo la 69, estuvimos un rato hasta que tuvo su primer orgasmo: en ese preciso momento soltó un chorro de orina, porque mi ama Silvia es de las mujeres que cuando tienen orgasmos, pierden un poco de orina.

Seguimos hasta que yo eyaculé. Tragó todo mi semen, y sin darme respiro siguió hasta alcanzar su segundo orgasmo. Tenía la cara y parte del vestido mojados con sus jugos. Descansó un poco, se limpió con la bombacha, a la que también orinó e introdujo en mi boca, colocó una venda para que no pudiese escupirla, tapó nuevamente mi cara con sus pantis y dijo: - Ahora tengo que salir a buscar unas cosas para tu confort –sonrió -. No te vayas a ir muy lejos eh?

Salió del cuarto cerrando la puerta con llave y me dejó pensando que, después de todo, no la estaba pasando tan mal. Lástima que seguía con la manía de taparme la cara, lo que dificultaba sobremanera mi respiración, y que ya tenía un asqueroso gusto a orines en la boca nuevamente. Por lo menos, me esposó en una forma más cómoda...

Así pasé toda la tarde.

Cuando regresó, dijo que tenía algo para mi. Se acercó. Soltó un poco la cadena que sujetaba mi cuello y la que unía las piernas. Se había olvidado de la mordaza y las medias que cubrían mi cara. Desesperadamente, se lo indïqué con gritos ahogados. Me dió una bofetada.

Soltó un poco más la cadena, liberó mis manos para esposarlas a la espalda y me tiró al suelo. Se quitó los zapatos y, colocando sus transpirados pies sobre mi cara, se entretuvo algún tiempo en ahogarme.

Me quitó la media y la mordaza y dijo que lamiera. Tenía un gusto agrio pero me daba cuenta de que la situación me gustaba cada vez más.

Cuando se cansó dijo que me mostraría sus regalos. Me dejó tirado y regresó con una bolsa grande. Sacó una caja y la abrió, mostrándome unos zapatos de taco alto y no muy fino, cerrados por delante; por detrás, a la altura del talón salía una tira de cuero grueso que terminaba en una especie de tobillera con varias argollas.

Me quitó las esposas y dijo que los probara. Me los puse. Mediante la tobillera se mantenían en su lugar. Tenían unos pequeños aros de metal cada medio centímetro, y uno más grande en la parte interior de la pierna. Se acercó y me los ajustó, cerrando cada uno con un pequeño pero fuerte candado. Luego pasó una cadena por el aro de uno y otro, uniendo los extremos con otro candado. Mis piernas podían separarse no más de 35 cm. Cuando terminó, me dijo:

Este regalito es para que no intentes irte lejos cuando permita que circules por la casa para hacer tus trabajos. Como puedes notar, toda la vestimenta dificulta tu movilidad y me asegura que permanezcas bajo mi control.

Te colocaré el resto del equipo.

De la bolsa, sacó un collar de cuero grueso que tenía una argolla adelante y una a cada lado, ajustándolo y cerrando el dispositivo con candado. Me colocó un cinturón que tenía otra argolla adelante y muñequeras anchas, a las que unió con una cadena cuyos extremos vinculó a otra de 1,20 m, uniendo finalmente la punta con en el candado de mis piernas. Dijo que me incorporara. Quedaba ligeramente inclinado ante ella, con lo que resultaría imposible intentar toda resistencia. Esta mujer me demostraba cada vez más que sabía bien lo que hacía, además de una enorme obsesión por controlarme.

Acto seguido, me colocó el collar de ahorque y dijo: - Ven, vamos a pasear.

A duras penas pude seguirla, cayendo varias veces. El body-corsé hacía que me cansara mucho, y las cadenas dificultaban cada paso. Los zapatos eran de terror: dolían y a cada rato hacían que me doblara el tobillo. Implacable, ella mantenía la cadena tirante y cada caída era un pequeño ahorcamiento.

Así llegamos hasta la cocina y abrió una puerta que conducía al sótano. En uno de los rincones había una especie de camilla. Unió el collar de ahorque a una argolla de la cabecera, manteniendo mi cara pegada al tapizado. Soltó mis manos y las esposó a los costados, de manera que quedara boca abajo. Fijó la cadena de las piernas a otra argolla, de forma tal que quedaba medio arrodillado y con la cola levantada. Me volvió a amordazar. Levantó mis faldas y soltó la parte de abajo del body, bajando bombacha y medias. Quedaron así mis nalgas expuestas. Entonces dijo:

- Ahora voy a marcarte.

Buscó una pieza de metal en un armario y me dejó. Al rato regresó de la cocina con la marca humeante. Yo, desesperado, intenté moverme, pero todo era inútil. Sonriendo, me dijo:

Quédate quieto, pues si sale mal tendré que borrar y repetir. Esta será la primera de varias que llevarás. Y mis iniciales grabadas a fuego sobre tu cuerpo te recordarán siempre tu condición.

Sentí un terrible dolor en la nalga derecha. Un grito quedó ahogado por la mordaza. Se fue y regresó con unos frascos de desinfectante, que aplicó en la quemadura, provocándome todavía mayor dolor.

Así estuve un tiempo, durante el cual me iba acostumbrando y sentía menor molestia. Me puso una gasa, subió la bombacha y las medias, cerró nuevamente el body y me soltó de la camilla. Sin esposarme, me introdujo en una pequeña jaula que había en un rincón, donde cabía apenas, cerró con llave la puerta y dijo:

Como estás castigado, esta noche no comerás ni beberás, y además dormirás ahí. Ah, te tengo dos noticias, una buena y una mala: la mala es que debo viajar a España dentro de unos días, y la buena es que como mi empleada de confianza está de vacaciones, te cuidará una amiga. Por favor, no le hagas dar rabieta porque es una chica muy dulce, y está embarazada de siete meses. Estimo que en una semana podré reencontrarme contigo. Ah, mañana temprano te indicaré tus tareas domésticas.

Se fue.

La jaula era de hierro, con el piso de madera dura y el techo también. Del lado de adentro tenía alambre tejido. No podía estirarme totalmente. En posición casi fetal me daba cuenta que era la única forma en que dormiría.

Quedé cavilando que con su partida, a lo mejor podía llegar a zafar. Una embarazada sería un enemigo más fácil de vencer.

Pero pensaba: ¿qué haría si me escapara? Pese a sus torturas, ella parecía preocuparse por mí. Además, me había hecho gozar como nadie hasta el momento. Y después de todo, recordé, estaba cumpliendo parte de mis fantasías. Noté que tenía una nueva erección. Pero todavía quería mi libertad.

El nuevo día traería nuevas sorpresas y certidumbres.

Torturado por la sed, di vueltas hasta que el sueño llegó y pude evadirme, al menos por un rato.

jueves, 16 de agosto de 2012

El cambio

- Y pensar que solía echar horas en el gimnasio, miles en el salón de belleza, más en la boutique de lencería y ¡ni así podía separarte de la tele! Tonta, tonta de mí...

martes, 14 de agosto de 2012

El trono de la reina

Denominamos El Trono de la Reina (facesitting) a la práctica sexual que comporta el uso de la cara, boca, nariz y lengua masculina, y sustituye a la penetración para el deleite y clímax de la mujer dominante. Esta práctica sitúa al hombre en una posición absolutamente servil, bajo las nalgas y entrepierna de la mujer; ella se sienta en su cara o atrapa su cabeza entre sus muslos. Todo el evento está dedicado al placer de la mujer y a la provocación de sus orgasmos, durante el tiempo que desee. El placer o el dolor del hombre, su satisfacción o frustración, deseos o temores, quedan relegados por su avidez por complacer a quien le domina: el clítoris, la vulva, los labios y la vagina de la mujer reclaman su servicio, y se convierten en el centro absoluto de su dedicación.

Esta apasionante y deliciosa practica sexual tiene una ancestral y tradicional historia. Algunas damas de las dependencias medievales tenían pajes cuyo deber consistía en proporcionarles “servicio” por medio de su boca, labios y lengua bajo sus faldas, mientras sus maridos estaban ausentes, permaneciendo así técnicamente fieles, puesto que solo se consideraban como infidelidades las relaciones sexuales con penetración. Más de un joven tuvo su primera experiencia sexual con la cabeza bajo el trasero de su señora, la cual cabalgaba vigorosamente la cara de su siervo. Muchas jóvenes, todavía vírgenes, disfrutaban de sus orgasmos mediante las bocas de algunos de sus siervos masculinos, así se iniciaban en la experiencia de la sexualidad.

En las antiguas cortes chinas, se elegía un esclavo masculino bien entrenado, de larga lengua, para ser usado por las féminas de la realeza y las damas de la corte, quienes hacían uso de su esclavo con tanta naturalidad como si de ir al servicio se tratase. El esclavo era convocado, follado en su cara, y una vez cumplía su cometido se le ordenaba abandonar la estancia. En el Japón antiguo, los prostíbulos solían disponer de varones cautivos para que sus clientas femeninas pudieran disfrutar de este servicio. Viejos dibujos hindúes de corte pornográfico reflejan escenas parecidas, con mujeres en bata, en gráfico éxtasis, montando una cara masculina al tiempo que observan su gran erección.

En la antigua Persia, se construyeron ingeniosas sillas en las que la cara del hombre reemplazaba al centro del asiento. Así, las damas podían remangarse sus túnicas, sentarse, cubrir el “escenario” con sus ropajes, y con suaves movimientos disfrutar de delicados y privados orgasmos incluso cuando había gente presente. La construcción de asientos de este tipo, para disfrutar con comodidad, y por períodos más prolongados, de los placeres de esta práctica tuvo continuidad en otras sociedades y momentos históricos. Sabemos que ciertas cortesanas francesas diseñaron e hicieron construir “tronos” de esta clase, que se colocaban en la habitación para el baño o en el mismo dormitorio de la señora.

Las características de estos muebles no eran complejas: en la madera acolchada, donde reposaba la dama, existía un agujero de varios centímetros de diámetro. El trono era lo suficientemente amplio como para permitir que, por una abertura en forma de arco practicada en el frente, varios centímetros por debajo del nivel del asiento, entrara la cabeza y hombros del siervo escogido. Otra abertura similar en la parte posterior, en la parte baja del amplio y cómodo respaldo, permitía que el siervo pudiese variar la posición que mantenía para complacer a su señora cuando ésta lo requiriese. Parece que el placer proporcionado por la lengua del siervo sobre los labios y el clítoris de la vagina del ama podía prolongarse durante mucho tiempo, y conducirla al éxtasis por medio de un encadenado de orgasmos. La difusión del placentero descubrimiento del trono parece que animó a otras damas de alta arcunia de toda Europa a ordenar la construcción y colocación de muebles similares en sus aposentos para la práctica de semejantes deleites.

En el Occidente de la época victoriana, y sin mobiliario específico conocido, algunas señoras y niñeras enseñaban a los jóvenes que tenían bajo su autoridad como satisfacer su entrepierna con el uso de la lengua. Muchos de esos jóvenes, asustados y acobardados, pero también excitados, descubrieron allí por primera vez las partes íntimas de la señora, y sintieron la presión de unos muslos de mujer que les dominaban aprisionando sus cabezas. Esta práctica se encubría en ocasiones como un castigo, y habitualmente se acompañaba de una buena azotaina. El Trono de la Reina se convertía también así en un método de disciplina y corrección. La institutriz impartía la orden de la forma altiva e inflexible que resultaba habitual, se levantaba aquellas voluminosas faldas y enaguas, y sus nalgas descendían hasta la cara del jovenzuelo, quien debería esforzarse de la mejor manera posible para que la señora alcanzara el orgasmo de forma satisfactoria, si no quería sufrir una severa azotaina por medio de la vara o la fusta.

Es conocido que esa práctica llegó en algunos casos también a las dependencias de la servidumbre, donde algunos de los siervos jóvenes bien podía acabar con su cabeza atrapada bajo las faldas de las criadas de la casa con mayores tendencias dominantes.

Como se ve, esta forma de plasmar la dominación femenina tiene una larga historia, aunque ligada a las posibilidades que les proporcionaba la sociedad estamental a las damas de las clases altas. La historia no ha reflejado casi nunca las actividades íntimas de las clases populares, así que desconocemos si esa actividad era practicada por algunas mujeres corrientes, pero parece lógico pensar que en algunos casos la mujer dominante pudiera utilizar a su marido para su disfrute su sexual de esta manera. Especialmente, cuando comprobamos la notable extensión de esta práctica en la actualidad entre las parejas que practican la dominación femenina.

Efectivamente, El Trono de la Reina requiere, casi por definición, de una mujer dominante y de un hombre obediente y sumiso. Pero hoy la sumisión del varón se produce invariablemente por propia voluntad. Es más, son habitualmente los hombres los que incitan a sus mujeres a practicar las múltiples formas en que se explicita la dominación femenina. Por lo que se refuerza la creencia de que la práctica a la que nos venimos refiriendo tuviera lugar también en esas mismas condiciones en tiempos pasados, en el interior de unas alcobas a las que nunca tuvieron acceso los historiadores.

De todas formas, hoy en día también algunas mujeres piensan que una relación sexual sin penetración es muy diferente a cuando se produce. Y por esta razón son muchas, especialmente las jóvenes, las que se sienten más liberadas para practicar actividades sexuales que no conlleven esa penetración. Por eso, quizá algunas mujeres comienzan a desarrollar su talento con El Trono de la Reina en su época estudiantil, a veces junto a otras chicas, decidiéndose a utilizar a los compañeros más sumisos para que les proporcionen placer, sin tener por ello la sensación de haber perdido la virginidad o haber sido infieles a un novio. Se sienten más libres y desprejuiciadas para disfrutar de esta práctica, y cada vez les cuesta menos utilizar a algún compañero masculino para que trabaje para complacerlas. Esta situación parece producirse también, aunque esporádicamente, en el interior de algunas familias, donde la hermana mayor utiliza al hermano sin tener la sensación de estar practicando el sexo. Lo que está fuera de toda duda es que aquellos que se introducen así en esta actividad en sus años jóvenes se preparan para asumir más fácilmente sus papeles respectivos en el futuro: ellas, el de dominarles; y ellos, el de obedecerlas.

En la dominación femenina el placer de ambos integrantes de la pareja se obtiene por medio del placer de la mujer, y a ese objetivo se destinan los esfuerzos. Por ello no extraña que, con la extensión de la dominación femenina, se haya incrementado el número de mujeres dominantes que utilizan El trono de la Reina en la actualidad. Estas mujeres adiestran a sus sumisos para que efectúen la tarea con la presteza y la habilidad requeridas, y convierten la boca, los labios, la nariz y la lengua del varón en las herramientas más apropiadas para estimular su clítoris, labios, vulva y entrada vaginal. Su objetivo no es otro que alcanzar el máximo deleite y satisfacción orgásmica por medio de la utilización de su sumiso. La mujer ordena y el hombre obedece. Disponer del esclavo erecto e imposibilitado para alcanzar el orgasmo constituye un escenario claro de la dominación que impone la mujer, y proporciona excitación tanto a la dominante como al sumiso.

Como decíamos al principio, la postura asumida por el sumiso remarca su función servil con toda obviedad, que puede ser incrementada además por medio de la humillación verbal por parte de la dominante, o incluso de la práctica simultánea de alguna otra actividad, como ver la televisión o leer alguna revista, mientras el dominado tiene que esforzarse en complacerla durante un tiempo que puede prolongarse y acabar causándole incomodidad o incluso dolor físico. Algunas dominantes intensifican esta situación inmovilizando al sumiso, que se ve atado y constreñido mientras le monta su ama.

Otras dominantes, más proclives a la utilización de la disciplina física, acostumbran a animar o a enseñar a sus compañeros por medio de la fusta mientras las complacen bajo el trono. Algunas vendan los ojos de sus sumisos para incrementar su sensación de desvalimiento durante la práctica. Otras le proporcionan una lluvia a dorada cuando el sumiso ha concluido su trabajo. Las variantes son múltiples y dependerán sobre todo de la imaginación y la habilidad de cada mujer.

En cualquier caso, y como resulta lógico, todas las dominantes deben enseñar a sus sumisos a conocer bien sus partes íntimas y a estimularlas con su lengua, labios o nariz de la mejor forma posible. Se debe enseñar al varón a besarla, lamerla y succionarla de la manera más apropiada para cada mujer, y especialmente por lo que se refiere a la primordial atención que debe prestar el sumiso al clítoris de su dueña. En suma, el hombre debe adorar con pasión el sexo de la mujer, pero hacerlo de la forma en que le proporcione mayor placer. Ella es su diosa y, por lo tanto, cualquier esfuerzo es poco.

Como para todo, la experiencia es un grado, y montar la cara del hombre requiere una práctica cuidadosa y habilidosa, quizá como la necesaria para montar un caballo. Los movimientos de las caderas, y los de las nalgas son la clave del éxito. El emplazamiento cuidadoso de la vagina en la boca o nariz es, desde luego, esencial, y podría requerir algunos movimientos de ajuste hasta que las partes masculinas que proporcionan el servicio queden posicionadas adecuadamente. Pero con tiempo, y mezclando el estímulo y el castigo si hace falta, la dominante puede convertir a su sumiso en un experto en proporcionar placer, del que se sienta orgullosa. Tanto que en algún caso, como se dan, acabe pensando que bien puede ofrecer tan magnífico servicio a alguna de sus amigas; por ellas, por mostrarles su pericia como dominante o porque considere que bien le viene al aprendizaje de su sumiso la humillación que supone ser prestado a otra mujer.

De cualquier modo, hagan lo que hagan, disfrútenlo.

Artículo publicado originalmente en Revista de dominación femenina - Blog de Ana Serantes

lunes, 13 de agosto de 2012

Bajo control


No es posible. No puedo moverme. No puedo dejar de mirar esa luz... esa luz... ¿Cómo he llegado a esta situación?
- Sshhhh... tranquilo, ya falta poco - susurró ella mientras apoyaba su pié descalzo sobre mi espalda destruyendo todas mis esperanza de liberarme.
Esa voz... esa seguridad cuando habla... esa mezcla de dulzura y dominación... Mi pene hablaba por mí: no podía negar que me gustase la situación. Estaba bajo su control absoluto.

domingo, 12 de agosto de 2012

El recordatorio

- ¡Esto te ayudará a recordar que espero trabajo duro y obediencia instantánea!
- OWMFF! OOOMFA!

lunes, 6 de agosto de 2012

La debilidad de un sabio

Cuenta una leyenda oriental que un día Aristóteles advirtió a su discípulo Alejandro Magno sobre la necesidad de no desatender los asuntos de estado por el amor que sentía hacia la bella cortesana Filis. Cuando ella se enteró de lo que había ocurrido, decidió vengarse. Sedujo al viejo filósofo hacíendole ver que se interesaba por él y dándole largas dulcemente. Con tal ingenio actuó que Aristóteles se enamoró de ella y le confesó su amor afirmando que haría cualquier cosa que ella le pidiese.


Filis respondió que antes de entregarse a él deseaba una cosa: ponerle una silla de montar en la espalda, unas riendas en la boca y montarlo como si fuese un caballo por los jardines del palacio. Eso sí, para que no se preocupara del qué dirán, le dijo que lo harían de noche cuando todos estuviesen dormidos y nadie se enteraría. Aristóteles contestó que eso era mucho daño para él y de poco provecho para ella pero la astuta mujer insistió con el siguiente argumento:

- Señor, los hombres acostumbran a burlarse de las mujeres después de que han satisfecho sus deseos; pero si vos os quisierais burlar de mi, yo siempre podría contar que os he cabalgo como un caballo.

Aristóteles asintió y recorrió el jardín a cuatro patas con Filis sentada en su espalda sujetando con una mano las riendas y fustigándolo con la otra. Su venganza alcanzó el clímax cuando se dio cuenta de que Alejandro observaba la escena desde un balcón del palacio.



Alejandro exige a su maestro una explicación. Aristóteles responde:

- Si un viejo como él se ha visto enredado en tal situación por causa del amor, qué no le pasaría a un joven inexperto como Alejandro, he ahí la razón de prevenirlo contra el deseo erótico, que ni atiende a edad, ni a reputación, ni a conocimiento.

La espera