Siempre me ha gustado la fotografía. Cuando vi su trabajo me quedé impresionado y no oculté mi enorme admiración.
-Subjetivo, eres muy subjetivo: tú opinión no me sirve porque no puedes evitar tenerme en un pedestal- dijo ella con una sonrisa pícara que intentaba provocar algún tipo de enfado en mi interior.
Le encantaba quitarme de mis casillas y la verdad es que, como demostraba mi cara enrojecida, a mí me excitaba que lo hiciese. Era ese bonito juego del gato y el ratón pero en este caso ella era una leona y yo cualquier presa fácil intentando estúpidamente hacerle frente en lugar de echar a correr.
Un día le pedí formar parte de su colección de fotos. Sabía que ella podría convertirme en una obra de arte porque todo cuanto ella tocaba o simplemente miraba con su objetivo cambiaba de nombre: arte.
- Está bien, pero te advierto que soy muy exigente y si quieres posar para mí, tendrás que hacer todo lo que yo te diga, ¿entendido?- dijo sin esperar réplica alguna.
¿Sabéis eso que se dice en las películas de sentir mariposas en el estómago? Lo que yo sentía era una mezcla de excitación, miedo y algo subiendo desde mi estómago rozando sus alas contra todo aquello que encontraba en su camino. No existe ninguna otra sensación parecida a esa.
- Por supuesto. Tú mandas- contesté. Una esbelta sonrisa pobló su cara mientras sus ojos crecían sin parar cobrando un brillo fuera de lo habitual.
- Ven- dijo cogiendo mi mano, abriendo una puerta y guiándome al interior de un cuarto oscuro. Allí, en la penumbra, comenzó a besarme, acariciarme y a desvestirme con una suavidad y una dulzura digna de una Diosa. Mi cuerpo no respondía, una sensación de paz me llenaba por dentro.
- Shhhh...- susurró intuyendo que estaba a punto de hacer una pregunta. Me conocía tan bien... Nadie había conseguido ver mis pensamientos antes de que ellos se manifestasen: era increíble y me encantaba que ejerciese ese tremendo poder sobre mí.
Sin darme cuenta, como una droga de terrible acción relajante, en medio de una danza demoníaca y lujuriosa, me había quitado toda la ropa excepto la camisa. A pesar de la oscuridad, pude ver sus ojos mirándome fíjamente cuando se acercó a escasos centímetros de mi boca. Inclinó la cabeza y, pasando su mano derecha por encima de mí, pulsó un interruptor. Una luz roja iluminó tímidamente la habitación. La otra mano bajó suavemente ordenando a cada botón de mi camisa que se hiciese a un lado; ninguno osó rebelarse. Posteriormente, el tándem formado por sus manos trepó por mi torso desnudo y mis brazos se elevaron en sincronía como si fuesen cómplices de los deseos de aquella mujer.
No sé cómo lo hizo. Fue como si involuntariamente hubiese deseado estar atado a la barra que atravesaba el techo de lado a lado. Y así fue: lo último que recuerdo es la normalidad con la que acepté que tapase mi boca con una suave mordaza. Sonrío y, acariciando mi nariz con su dedo índice, dijo:
- Tenemos mucho trabajo por delante, procura esforzarte ¿eh? Esa postura puede llegar a ser un tanto incómoda al cabo de varios días y toda obra que se precie... no se crea en unas horas ¿sabes? Ay... no sabes dónde te has metido pequeño. Yo te enseñaré jejej- Sentenció informándome mientras el flash de la cámara iniciaba un aluvión de repeticiones.
Revelando mi timidez, mi cara enrojeció y mis ojos no puedieron evitar fijarse en aquel objetivo contemplando de fondo la sonrisa más bonita que he visto nunca. La sonrisa de Susana.
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