En el ajedrez, la Dama es la Reina del Tablero, la pieza más poderosa de todas. Si tuviésemos que poner una puntuación a cada pieza, en términos generales, sin duda la Dama tendría la matrícula de honor. Su importancia se debe a que posee el mayor campo de acción en el juego: es capaz de moverse en cualquier dirección imitando y superando el movimiento de cualquier otra figura a excepción del caballo (no puede pasar por encima de otras piezas). Esta afirmación no implica para nada menospreciar la importancia del rey (ya sabemos que su muerte supone el final de la partida) sino destacar el inmenso poder dominante de esta Mujer.
Es una asesina nata: sus principales armas son la velocidad, la astucia y la paciencia. Son estas dos últimas cualidades las que cualquier jugador debe recordar en todo momento porque la Dama no debe mostrarse nunca al inicio de la partida. Ella esperará pacientemente su momento, su turno de dar el golpe de efecto, porque su función es marcar la transición del juego medio al final; otras piezas han de abrir previamente el camino sacrificando sus vidas si es necesario por una buena posición en el tablero. Ella está en su salsa en campo abierto, con largas diagonales y pasillos abiertos, cuando el rey contrario está pobremente defendido, a su merced, y se estremece tan solo con escuchar un simple paso de esta Diosa de la estrategia.
En cuanto la Dama entra en juego, toda pieza rival está en peligro y sabe que no puede perderla de vista ni un solo instante: si lo hace, es muy posible que no pueda evitar someterse a Ella sin rechistar. De todas formas su autoridad es de tal magnitud que, antes de entrar en juego, antes incluso de mostrar su lado más agresivo, ya se ha ganado el respeto de todas las piezas rivales. Su poder defensivo la convierte en la más sólida y versátil protección que un rey puede tener.
Sin embargo, la Dama es un arma de doble filo: cuando ataca, un rey llora y otro ríe; cuando es atacada, un rey ríe mientras un reino entero llora y sufre por la llegada de un claro punto de inflexión en la partida. Por este motivo no es una buena idea centrar la estrategia únicamente en el valor incalculable de esta pieza.
Los orígenes del juego parecen remontarse al siglo VI en la India donde se jugaba a un juego llamado Chatarunga. Pero el ajedrez, tal y como lo conocemos hoy, no surge hasta el siglo XV. El cambio fundamental lo constituye la entrada de la Dama. Anteriormente, su casilla la ocupaba una figura denominada alferza (así aparece recogido por ejemplo en un códice de Alfonso X el Sabio en el siglo XIII): una pieza débil, sólo recorría un cuadrado en diagonal, usada para defender el territorio del feroz ataque de las torres enemigas.
La Dama surge por lo tanto en pleno Renacimiento, época en la que se amplían los limites geográficos del mundo por lo que la figura más poderosa del juego debía destacar por una amplitud de movimientos tal que le permitiese dominar el tablero en una sola jugada.
Temblad reyes del mundo, contemplad como vuestro semblante muda al oír que una Dama se acerca. Quitaos ya esa corona que no os pertenece. Rendíos a la evidencia y presentad como es debido vuestros respetos. Someteos a la Reina del Tablero.
Nota: en el sistema de anotación de las partidas (sistema de anotación algebraica abreviado) se utiliza Dama y no Reina para distinguirla del rey.